En 1502, durante su cuarto y último viaje al nuevo continente, el almirante Cristóbal Colón descubrió la Isla de Pinos, ahora Guanaja y con ello dio inicio a la conquista de lo que se llamaría la Provincia de Honduras.

Durante los más de trescientos años que duró el Período Colonial, la presencia española se manifestó en todas las actividades de la vida diaria: arquitectura, religión, política, minería, gastronomía, etc. No en balde, Honduras es ahora el segundo país con mayor patrimonio colonial tangible de toda Centroamérica. Sus iglesias, catedrales, conventos, haciendas, fortificaciones, calles y arte religioso, particularmente en el centro, sur y occidente del país, se convierten en destino obligado para los apasionados por la historia.

Ciudades como Comayagua, Tegucigalpa, Gracias o Santa Rosa de Copán guardan todavía en sus ferias patronales y en sus ritos religiosos de Semana Santa, tradiciones arraigadas a lo largo de los años; obras de teatro, música, platillos gastronómicos, procesiones y el eterno murmullo de un rezo que nunca se acaba. Iglesias  como las de San Manuel de Colohete o La Campa son verdaderas obras de arte perdidas en el tiempo y las montañas.

Omoa y Trujillo, por otro lado,  nos muestran la herencia militar a través de las fortificaciones de San Fernando de Omoa y Santa Bárbara, respectivamente. Recuerdos en piedra de una época de piratas y filibusteros.

En 1821, Honduras se independiza de España y comienza su vida como nación. Pero los tres siglos de dominio español nunca se olvidarán.