Hoy termino de compartirles mis asombros y cavilaciones sobre lo que he vivido en el litoral del Atlántico de Honduras en los últimos dos años. Más específicamente en lo que se denomina El Corredor Biológico del Caribe Hondureño.

Durante los tres domingos anteriores compartí con ustedes, amables lectores, los escenarios, maravillas naturales y las huellas que hemos dejado como seres humanos en esta franja del país.

Desafortunadamente también esta es una de las zonas con mayor población del país. Y lo digo con cierta tristeza porque las áreas protegidas comienzan a sentir los embates de las oleadas humanas que llegan a trabajar, vivir y disfrutar de ellas. Todo tiene un precio.

Cuando comencé el libro “El jardín secreto” (de donde he extraído lo que les compartí los domingos anteriores), una de mis primeras fotografías las hice en el río Salado, en el Refugio de Vida Silvestre de Cuero y Salado. Era la imagen de don Justo, poblador de la aldea de Salado, aprovechando las últimas luces del día para lavar las neveras en las que guarda el pescado.

En la aldea de Salado no había en ese momento energía eléctrica instalada. Así que era imperativo hacerlo todo con la luz del sol. Pero lo que para muchos puede ser una calamidad, para otros, más puristas, es la forma cómo debe mantenerse. ¿Por qué? Porque energía eléctrica también significa más gente, más casas, televisión con imágenes y sonidos invasivos culturalmente; en fin, toda una alteración a la ecología existente.

El litoral del Atlántico de Honduras y muchas de sus zonas protegidas están siendo alterados por la mano humana. Pareciera que no hay una opción intermedia entre el conflicto del hombre y sus necesidades versus la naturaleza. La tala de madera, la pesca ilícita, la caza furtiva, la siembra de roza y quema, las nuevas plantaciones de palma africana y las lotificaciones urbanísticas son oleadas incontenibles que arrasan con todo. Además, problemas como el calentamiento global y las presiones político-sociales son también parte de las nuevas amenazas que afectan esta zona del país.

¿Cómo podemos revertir este panorama que avizora grandes desequilibrios ecológicos que terminarán por afectarnos? La verdad es que nunca dejará de ser suficiente todo lo que se pueda hacer. Porque cada año, más y más personas necesitan techo, alimentación, agua y espacio adonde recrearse.
Entonces, ¿cuál es nuestra mejor opción? Todas, pero quizá la más importante radica en la educación de las nuevas generaciones; en ella descansa la llave de nuestro futuro como nación.

Tal vez don Justo no lo perciba, pero es posible que si nos esforzamos más y apretamos el paso de la educación ambiental, sus hijos o nietos puedan todavía disfrutar de la paz y el silencio del río Salado a las seis de la tarde. Sin coches ni tráfico, sin televisores, sin drogas, sin delincuencia, sin hambre; solo ellos y los manatíes, mientras un joven gavilán negro, desde las alturas, da la última mirada antes de irse a dormir. El mejor regalo de la naturaleza.

Tomado de diario La Prensa.