El olor a pino y el sabor de los alcitrones embrujan a los viajeros que hacen un alto obligado en la ciudad de Siguatepeque, donde convergen los caminos a varios puntos del país, como La Esperanza, Tegucigalpa y San Pedro Sula.

El clima fresco de la ciudad invita a las personas que van o vienen de la capital a prolongar su escala en la Ciudad de los Pinos, pero, si la prisa es mucha, no dejarán al menos de llevarse una bolsa de los típicos alcitrones elaborados en la comunidad.

Estas delicias de la gastronomía hondureña son dulces cristalizados y espolvoreados con azúcar que salen al encuentro de los viajeros en las cestas de los vendedores, que suelen apostarse en la orilla de la carretera para ofrecerlos a las personas que se transportan en bus o en carros particulares.

No hay quien pase por Siguatepeque sin comprar, aunque sea de volada, una bolsa de alcitrones gruesos y transparentes, elaborados con la fruta llamada chiberro, parecida al ayote.

También son hechos con papaya verde, distinguidos por ser más suaves, pero con un sabor que compite con cualquier dulce importado.

Así como la cercana Villa de San Antonio se caracteriza por sus deliciosas rosquillas de queso o cuajada, Siguatepeque, en el centro de Honduras, es la ciudad de los alcitrones.

Es tanta la demanda del alcitrón que ya no solo se vende en la orilla de la carretera, sino en supermercados, empacado finamente para el consumo local y la exportación.

Por eso, muchos alcitrones viajan ahora en las maletas de los hondureños que van a Estados Unidos y otros países donde viven compatriotas que piden el sabor de los productos hondureños.

Como dice el cantante nacional Guillermo Anderson: “Te mando un arroz con leche/alborotos y espumillas/una bolsa de alcitrones/tustacas y quesadillas y ojalá pasen la aduana”.

 

Tradición

Las laboriosas manos que por años han elaborado este producto se encuentran en la entrada principal de la ciudad, en un pequeño barrio llamado San Juan, donde se produce la mayor parte de alcitrones.

En este sitio, decenas de familias han utilizado la receta para crear con sus parientes pequeñas empresas que hacen y distribuyen el producto en diversas partes del país.
Javier Cardona es uno de los mayores distribuidores del dulce en esta ciudad. Contó que su madre le heredó la receta que hasta hoy le ha dado de comer y le permite proporcionarles trabajo a varias personas que le ayudan en la cocina.

Cardona declaró que el fruto que utilizan para elaborar el producto es el chiberro, traído desde La Esperanza, Intibucá, ciudad donde es cultivado en grandes cantidades. Indicó que cuando escasea este fruto usan papayas.

“Es grande la diferencia entre hacerlo con papaya o chiberro. La tradición es elaborarlo con chiberro, pero este fruto solo se produce durante seis meses y por eso, aunque no es igual, nos toca usar papaya”.

Esta microempresa compra cada mes mil frutos para hacer los alcitrones.

Cardona informó que su empresa produce al menos 90,000 alcitrones a la semana.

 

Elaboración

Cardona detalló que para hacer los deliciosos bocadillos primero se pela el chiberro y se corta en pedazos, que se ponen unos minutos a reposar en cal, y por último se lavan y se colocan los trocitos en los recipientes llenos de agua hirviendo.

“Solo se mete el pedacito y se deja cocer tres o cuatro horas. Esperamos que el agua se consuma para echar el azúcar y que esta se adhiera al alcitrón”.

Indicó que el secreto para elaborar un buen alcitrón radica en el “punto”, consistente en saber cuándo se han terminado de cocinar los pedazos de chiberro.

“En el punto está lo importante para hacer buenos alcitrones. Ahí está el secreto, de eso depende que se venda. Del punto depende que el azúcar se pegue bien en los pedazos de chiberro”. Al menos ocho horas trabajan en la preparación del exquisito dulce.

Cuando los visitantes llegan a la casa de Javier Cardona, siempre lo encuentran en medio de fogones, supervisando el cocido y cortado de los chiberros.

Comentó que lleva más de 25 años dedicándose a elaborar este producto, “mi madre hizo alcitrones durante 60 años. Me enseñó el secreto de cocinar bien”.

 

 

Tomado de Diario La Prensa