Por Arturo Sosa Llegué con la esperanza de encontrar un mundo distinto y no me decepcioné. A 1, 700 metros sobre el nivel del mar, el aire es frío, la gente amable, la gastronomía completamente diferente y existe un universo de colores.

Por Arturo Sosa 

 

Llegué con la esperanza de encontrar un mundo distinto y no me decepcioné. A 1, 700 metros sobre el nivel del mar, el aire es frío, la gente amable, la gastronomía completamente diferente y existe un universo de colores.

La última vez que viajé a La Esperanza e Intibucá  fue en compañía del poeta González para documentar la entonces recién inaugurada Casa de la Cultura. Poco ví esa vez, pero la experiencia me decía que había algo más. Así que ahora, buscando información para la próxima edición de la nueva Honduras Tips, me dirigí a la Esperanza en busca de sus secretos. Y me faltó tiempo.

Desde que llegué, me atendieron de maravilla. Las personas de la Cámara de Turismo y de la Cámara de Comercio me abrieron las puertas de la ciudad y me acompañaron aquí y allá en un sano afán de mostrar con orgullo lo que son. El mercado municipal lleno coloridas frutas y vegetales; la blanca Gruta, los sonrojados duraznos, los baños públicos (como se me antojo bañarme allí), la salsa verde de choro, las enchiladas de papa, la Casa de la Cultura (¡que bien montada está!)

Más tarde, el guía Marvin Oro me llevó a recorrer las montañas vecinas y me contó que los vestidos de las indígenas lencas utilizaban entre 7 y 9 colores diferentes. Lo cual me confirma lo que me dijo una vez la gente de la edición italiana de Cosmopolitan, cuando les envié cinco fotografías de mujeres lencas de Yamarangüila. “Nunca habíamos visto tanto color en unos vestidos”.

 Me asombré de las casas de adobe inmaculadamente blancas que sobresalen entre las verdes praderas y de los oscuros sembradíos de papa que parecen dominar la región (Intibucá es el principal productor de papa del país). Subimos hasta los telares de El Cacao, a 2, 400 metros sobre el nivel del mar y desde allí, la vista es más que impresionante. Nos detuvimos en la cascada de Río Grande y traté de contar los 120 metros de altura que tiene la blanca caída de agua. Con el gris de la tarde y el frío de las cimas lencas descendimos al Valle de Azacualpa para descubrir uno de los sitios más bellos de Honduras. Parafraseando a Richard Llewellyn:¡Cuán verde es mi valle!

La Esperanza e Intibucá es un sitio para descubrir; un destino que explorar. Tome su mochila y déjese llevar por los colores de la esperanza. Si desea información donde dormir, comer y qué hacer, llamé a la Cámara de Turismo al teléfono  (504) 2783 4116 .  Ellos le van a ayudar con muchísimo gusto; se lo aseguro.