Por Arturo Sosa Llegamos casi en tropel; llenos de ansias y sofocados por el sol. Invitados por la Junta de Andalucía, España, a través de la empresa INYPSA, el viaje pretendía mostrarnos a un grupo de entusiastas por el turismo los cambios que se han operado en el municipio de Amapala

Llegamos casi en tropel; llenos de ansias y sofocados por el sol. Invitados por la Junta de Andalucía, España,  a través de la empresa INYPSA, el viaje pretendía mostrarnos a un grupo de entusiastas por el turismo los cambios que se han operado en el municipio de Amapala; más específicamente, en la Isla del Tigre y el puerto de Amapala.

Sin embargo, debo de ser honesto; fui con pocas expectativas. Diez o más años atrás,  había visitado la isla para fotografiar la estatua de Morazán en el parque del mismo nombre. Tras un viaje de pesadilla adentro de una lanchita estrecha y mal capitaneada, había encontrado entre altos matorrales y suciedad, la estatua del General. Ese día juré que nunca iba a volver a Amapala.

Más como suele suceder, “cae más rápido un hablador que un cojo” Y eso me sucedió en este viaje. Porque Amapala ha cambiado tanto (y para bien), que no es de extrañar que en unos pocos años, vuelva a brillar con el mismo fulgor que la caracterizó a finales del siglo XIX y principios del XX.

En las primeras décadas del siglo XX, Amapala fue cediendo su puesto de principal puerto del país ante la aparición de los muelles de las compañías bananeras en la costa norte. En 1978, el gobierno central inicio la construcción del Puerto de San Lorenzo, muy cerca de Amapala y esto se convirtió en el tiro de gracia para Amapala. La ciudad comenzó a declinar.

Indudablemente, la Junta de Andalucía y la Alcaldía Municipal han hecho un gran trabajo en la reconstrucción y restauración de la parte arquitectónica del puerto; la historia de Amapala ha vuelto a relucir. Una valiosa herencia que se convierte en oportunidad turística a través de las narraciones de los guías o de las gruesas paredes de sus edificio restaurados, como el de la Casa de la Cultura. Personajes como Marco Aurelio Soto y Manuel Bonilla, inauguraron sus gobiernos en esta isla; la misma tierra donde vivió el generalísimo Máximo Gómez Báez, libertador de Cuba.

Por otro lado, ahora vimos una ciudad limpia, con sus calles urbanas adoquinadas y unas carreteras que ya quisieran tenerlas muchísimos municipios de tierra adentro. Sus atardeceres siguen siendo los más bellos de Honduras y la gastronomía comienza a mejorar (no se pierda la curvinilla a la plancha o la babosa frita en el restaurante El Far. ¡Excelente y el servicio es de primera!).

Una tarde subimos a la cima del cerro El Tigre. La tradición señala que el nombre de la isla y del cerro provienen del siglo XVI cuando un grupo de piratas comandados por el pirata Francis Drake dominaban la zona. Para muchos, Drake y sus hombres eran tan sanguinarios como las fieras salvajes y comenzaron a llamarla la Isla del Tigre.

Dos a tres horas se requirieron para subir el ancho sendero que lleva hasta la cúspide. Es recomendable hacerlo temprano para que el calor del día no sofoque al caminante. Pero una vez arriba, como a unos treinta metros antes de la meta, existe un pequeño mirador que regala una vista privilegiada. El viaje valió la pena.

Pero de todo lo que vimos en esos dos días, lo que más nos gustó fue la actitud de cambio de los amapalinos. En verdad, se palpa el deseo de trabajar por modificar el olvido y abandono en que ha estado la isla. Y yo creo que lo van a lograr…porque Amapala es bella.

 

 

Por Dany Barrientos