Desde sus orígenes, el Lago de Yojoa ha sido un lugar adecuado para el asentamiento humano. Sus abundantes recursos acuáticos y sus fértiles tierras deben de haber sido un imán poderoso para los primeros pobladores hondureños.

En 1934, Doris Stone,  la famosa arqueóloga estadounidense publicó un artículo sobre un viaje que  realizó a la comunidad de El Jaral, en las riberas del Lago de Yojoa,  en donde descubrió la escultura de un hombre pequeño, robusto, de facciones negroide y tallada en roca volcánica. La estatua estaba decapitada; la cabeza se encontraba muy cerca.

Stone describió en su trabajo una gran cantidad de montículos, algunos de los cuales eran de considerable altura. En aquel entonces, la arqueóloga concluyó que el asentamiento era de una ciudad maya.

El artículo de Stone llamó la atención del Museo Nacional Danés y de la Universidad de Tulane, quienes organizaron una expedición al mando de Frans Blo y Jens Yde en 1936. Ambos realizaron las primeras fotografías del lugar y publicaron el primer mapa de Los Naranjos. Pero quienes hicieron la primera excavación arqueológica fueron el Instituto Smithsonian de Washington en asociación con la Universidad de Harvard, en 1938.

Pasaron cerca de 30 años para que los arqueólogos franceses Claude Baudez y Pierre Beecquelin realizaran estudios más profundos. De 1967 a 1969, Baudez logró comprobar que Los Naranjos era uno de los sitios más importantes del sur de Mesoamérica. El arqueólogo determinó la existencia de tres estructuras monumentales de más de diez metros  de altura y dos fosas defensivas de proporciones kilométricas. Para Baudez, la mayor parte de las estructuras fueron construidas durante el Período Formativo, entre los años 1,200 a.C. al 300 d.C.; época durante el cual muchos de los sitios mayas no habían iniciado sus monumentales construcciones.

En los años noventa, George Hasseman,  uno de los arqueólogos más importantes que trabajó en Honduras, comenzó una serie de estudios multidisciplinarios en la cuenca del Lago y  que culminaron con la creación del parque Eco-arqueológico Los Naranjos.

Para Hasseman, Los Naranjos era el sitio arqueológico más importante de Honduras después de Copán. Ahora sabemos que tiene cerca de 2,500 años de antigüedad, antecediendo a la ciudad estado maya en casi mil años.

En el año 2001, después de la triste muerte de Hasseman, se retomaron los trabajos para la creación del parque. Los arqueólogos mexicanos Oscar Neil y Erick Valles comenzaron la restauración de la estructura IV, una obra que Baudez había investigado y cuya construcción comenzó en el año 800 a. C.  Los trabajos de los expertos revelaron un estructura de forma poligonal con una altura de diez metros y que formaba una acrópolis; en ella, descansaban cinco edificios más pequeños. Tal vez, la estructura era un centro cívico-ceremonial donde habitaba una familia muy importante.

¿Quiénes habitaron Los Naranjos? Obviamente, esta es la primera pregunta que cruza nuestras mentes. Aunque no se sabe con exactitud, los investigadores se inclinan a pensar en los protolencas, antecesores del pueblo lenca. Por razones desconocidas todavía, el grupo principal de estructuras, compuesto por siete obras de 3 a 20 metros de altura, fue perdiendo poco a poco su valor y muy cerca del año 500 d. C. había sido abandonado, aunque todavía guardaba alguna importancia ceremonial o como lugar sagrado.

Hasseman tenía plena conciencia de la importancia de restaurar Los Naranjos. En su informe final, el arqueólogo escribió: “En términos generales, el parque representa un modelo que se guió  por una filosofía que con el tiempo resultará en una mejor calidad de vida para la población local; un significativo aumento del turismo regional e internacional; un arraigamiento de la conciencia ambientalista y de la protección ambiental, especialmente entre la población escolar…”  Y tuvo razón.

 

 

Por Arturo Sosa