Los relatos, cuentos y leyendas son tradiciones que en Honduras se continúan  transmitiendo y difundiendo de generación en generación. Historias que encierra en cada palabra misterios y fantasías. Fantasías que para muchas personas son verdaderas y merecedoras de seguir siendo narradas a través de los años.

Estas fábulas, en su mayorías, se originan en los pueblos de nuestro país; en los lugares donde la superstición y las creencias en la magia negra y la hechicería se encuentran muy marcadas. Aquí, escuchar hablar de seres fantasmales, diabólicos o celestiales no es motivo de asombro, pues se habla tanto de ellos que sin duda se han convertido en una tradición que alimenta el folclor de la región. Si bien, hay muchas personas escépticas en estos poblados, también hay un gran número que acepta fielmente todos estos relatos y otro tanto que aseguran haber vivido una experiencia paranormal.

Entre los muchos cuentos y leyendas que a diario se repiten en Honduras destacan los de terror que describen misteriosos seres, criaturas fantásticas o entes diabólicos que rondan a los humanos en distintos escenarios y situaciones, pero también existen cuentos y leyendas de sucesos extraños, lugares embrujados, personas endemoniadas, etcétera.

Hoy, queremos recordar algunas de esas narraciones que a más de uno han puesto no solo a pensar, sino también a temblar. Comience la ruta del terror.

El duende

El duende, un hombrecito, orejón y barrigón que lleva la cabeza siempre cubierta por un gran sombrero aludo mucho más grande que él en circunferencia.

A quién no le contaron esta historia, un hombrecito, orejón y barrigón que lleva la cabeza siempre cubierta por un gran sombrero aludo mucho más grande que él en circunferencia. Se decía que vivía en una cueva ubicada en Trujillo. Por eso los trujillanos, con razón, han bautizado aquel peñasco como La Piedra del Duende.

Lo más relevante del decir de este ser, era el hecho de que muchos afirmaban que se robaba a las mujeres bonitas y jóvenes, a las cuales acosaba tirando piedras en los techos de sus casa, hasta que un día se las llevaba y nunca más se volvía a saber de ellas.