La época veraniega es propicia para degustar de esta bebida que ofrecen las pampas de Olancho. Basta con tumbar una palmera de coyol en plena madurez, es decir, entre los 10 y 15 años, y hacerle un hueco al tronco para obtener la blanquecina bebida.

Cortada la palmera, al día siguiente se le abre un agujero mediano en la parte superior, unos cuantos centímetros abajo de donde nacen sus hojas. El agujero, suficiente como para introducir una taza, es cubierto para evitar que el vino que brotará de la palmera se ensucie.

Un solo tronco de coyol puede generar hasta dos producciones diarias durante un mes. La bebida blanca lechosa y fermentada se puede tomar directamente del tronco o después de helarla en el refrigerador.

En improvisadas champas ubicadas a lo largo de la carretera que de Tegucigalpa conduce a Juticalpa, los lugareños venden la bebida a los viajeros que entre sorbo y sorbo hacen más placentera su travesía. El vino de coyol es dulce si lo toma al mediodía; si lo ingiere en la tarde, el sabor es más fuerte. Esta bebida representa el ingreso económico para las familias hondureñas del campo, que lo comercializan en botellas sin etiqueta.

 

La producción

Desde enero, que empieza la temporada, no hay un solo día que la gente deje de pasar por su botella de vino de coyol. El proceso de “ordeño” de varios troncos tendidos en el patio de la coyolera, para obtener la bebida, lo conocimos en la aldea El Espino.

Un tronco rinde entre 60 a 70 botellas en el proceso de producción de un mes. Cada botella tiene un valor que oscila entre los 70 y 80 lempiras.

La bebida se obtiene al cortar el tronco del coyol y hacer un orificio en la corona del tallo. Al día siguiente de cortado, el hueco está lleno de vino y listo para extraerlo y ser consumido.

La buena mano de Juan Argueta hace que los troncos de coyol le generen dos producciones al día, por lo que al mediodía y en la tarde con paciencia se pone a sacar el vino.

“Después de abrirle el agujero al tallo se le extrae la primera agua, ésa no es muy buena y se tapa con hojas. Un día después se puede comenzar a extraer, hay gente que sólo logra una producción al día, pero todo depende de una buena mano y del calor que reciban los tallos”, manifestó Juan Argueta, uno de los productores de Juticalpa.

En los meses más calurosos, en Olancho y otras regiones, abundan las “paseras”, que son los sitios donde los pobladores colocan las palmeras derribadas que están en plena producción de vino de coyol.

El vino no hay que añejarlo en barriles de cedro, como sucede con el vino de uva. “Es tan agradecido que desde que sale del tallo del coyol está listo para ser degustado.

Algunos pobladores de Olancho se atribuyen el descubrimiento del vino de coyol; aunque en el norte y otras regiones del país también se explota la palmera vinícola.

La palmera produce en grandes racimos una fruta de pulpa amarillenta y hueso durísimo y negro, con el que se pueden hacer botones, sortijas y otros adornos.

La agradable bebida también puede embriagar, efecto que se logra prolongando su fermentación.

El criterio generalizado de los consumidores es que el vino sabe mejor al pie del árbol.

El bebedor literalmente se rinde utilizando un tubo para sorber, que puede ser bambú o cualquier otra planta, incluso artificial. A la punta del tubo que se introduce en la palmera se le amarra un filtro que puede ser de un trapo limpio, aunque algunos prefieren la cola de ternero por lo fino de sus pelos. El filtro garantiza un trago de vino libre de cualquier suciedad que pudo caer o de los residuos que emanan durante la fermentación.

 

La palma

La palmera del coyol es de mediana altura, aunque en algunas zonas fértiles puede alcanzar hasta los seis metros.

Su tronco está provisto de espinas negras, largas y fuertes, que no permiten abrazarla como para agradecerle por su bondad, por naturaleza generosa en verano.

 

 

Tomado de Diario La Prensa

 

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