Son las cuatro de la mañana y la espesa neblina cubre por completo el Parque Nacional Cusuco . Aún no sale el sol y el grupo de científicos que acampa en El Merendón se apresta a salir en su expedición.

Son investigadores ingleses y de otros países que se internan cada año en el Cusuco para estudiar su diversidad. Compartió un día con el grupo de expedicionarios. Mochilas, botellas de agua y machetes es todo lo que necesitan para adentrarse en la selva.

Scott Schilds es un científico de Operation Wallacea, organización inglesa dedicada al estudio de la flora y la fauna del mundo. La delegación, compuesta por 30 especialistas y 70 estudiantes, llegó hace dos meses para investigar el ecosistema del Cusuco . Schilds, cada mañana, se abre paso entre los matorrales en busca de mamíferos grandes como jaguares, tapires, dantos, pumas y venados, entre otros.

A medida que se avanza se hace más difícil respirar el aire puro. El olor y la humedad de las flores y los árboles impregnan el bosque. El suelo está alfombrado de hojas y pequeñas ramas rojizas. El Cusuco -en el corazón de El Merendón – es un mundo aislado y receloso con sus tesoros.

Al científico lo acompañan tres personas, además del guía hondureño Elmer Teodoro Alvarenga, un hombre bajo, delgado y de tez trigueña con gran conocimiento sobre la naturaleza. “Desde hace muchos años trabajo como guía. Puedo distinguir a los animales con solo ver las pisadas. Lo que tenemos en el parque es algo grandioso”.

Alvarenga hace señas y con un inglés improvisado le grita a Scott: “¡Aquí hay algo!”. Scott corre rápidamente y saca de su mochila un rastreador GPS para registrar el lugar donde encontraron la huella.

“Es un danto”, dice con seguridad el científico, mientras anota en una diminuta libreta el hallazgo y toma una foto como prueba.

Llevan tres horas de camino montaña arriba. Por momentos hacen pequeñas pausas cuando encuentran rastro de animales, que dejan a su paso pedazos de frutas mordidas. De pronto, un excursionista resbala y se esfuerza para no caer en el abismo. “¡Cuidado!”, le advierte uno de los acompañantes. Lo toma de la mano y lo ayuda a estabilizarse.

Pasan de las 11 de la mañana y muy rara vez, uno que otro rayo de sol se filtra entre los frondosos árboles que han formado un techo de ramas en la selva.

De regreso al campamento, tras una exhaustiva búsqueda, encuentran a menos de medio metro de altura, colgada de un árbol, una bola tejida de hojas con una abertura. Dentro de ella hay tres huevos de pájaro. Tras hacer anotaciones, los científicos siguen su camino dejando atrás el hallazgo, muy común en la zona.

Por fin llegan al campamento. Es hora del almuerzo. Una fila se ha formado frente a la cocina. Todos esperan su turno para degustar frijoles fritos, huevos estrellados, queso y plátano. Un manjar para los extranjeros que desean experimentar cada detalle de Honduras, país que -según ellos- admiran por su belleza natural y amabilidad de la gente. “Es increíble el trato de la gente. Son muy gentiles. Llevo años viniendo y cada vez me enamoro más de este lugar. Los hondureños deben estar orgullosos del tesoro natural que poseen”, dijo uno de los científicos.

Los especialistas en biología comparten la misma mesa para comparar los hallazgos. A unos cinco metros, debajo de una gran galera, en 10 rústicas mesas de madera departen estudiantes y guías.

Roberto Downing, biólogo hondureño, y Johnny, un inglés, son los encargados del campamento. Otros siete están ubicados en lo profundo del parque, se pasean de un lado a otro verificando que todo marche bien. Científicos hondureños y extranjeros participan activamente en los estudios. “Esta es una experiencia increíble porque la gente de nuestra casa logra compartir información y aprender de los expertos”, dijo Downing.

Los estudiantes provienen de varias escuelas extranjeras y su meta es aprender más sobre la naturaleza. Con el dinero que pagan a Operation Wallacea se financian las investigaciones en el Cusuco. Los resultados son entregados meses después al Instituto de Conservación Forestal (ICF).

Es la una de la tarde y los encargados de estudiar las aves emprenden su camino al bosque. Generalmente salen por la mañana o la noche. Van a ver si encuentran algo en las trampas que dejaron horas antes, capturan las aves para anotar sus rasgos y el grupo al que pertenecen. Luego las dejan libres.

Los otros grupos de estudiosos se encierran en una cabaña provisionalmente convertida en laboratorio para analizar cada muestra. Estos resultados son verificados en Inglaterra, sede de Operation Wallacea.

Estos amantes de los misterios de la naturaleza se exponen a tal grado que ya tienen la piel percudida y marcada por las picadas de los insectos.

En una esquina, Brandon Peoples, especialista en peces, y Anarda Salgado, estudiante de Biología de la Unah-vs, cortan con bisturí los peces encontrados para estudiar su anatomía y conocer cómo llegaron. “Le sacamos el abdomen, el cerebro y todo lo que tiene adentro, pues así sabremos más de ellos”, contó Brandon.

Anarda forma parte de los más de 20 estudiantes hondureños y biólogos que comparten conocimientos con los extranjeros. Ella cuida los especímenes encontrados. Afuera del laboratorio, intrépidos aventureros se alistan para escalar árboles.

Ian Geddes es instructor de canopy, “llevo mucho tiempo escalando, me gusta la adrenalina y los estudiantes se emocionan con este pasatiempo y es muy seguro”. Pronto oscurecerá, pero eso no detiene a Thomas, un científico especialista en insectos, quien sale a poner sus trampas. “Es increíble la biodiversidad que hay”.

A las seis de la tarde casi todos están en el campamento. Las mujeres de la aldea Buenos Aires, ubicada a 25 minutos, se han formado en grupos, que cambian cada semana, para ser beneficiadas con el trabajo.

Para la gente de la comunidad, la llegada de los ingleses es un milagro y cada año se preparan para recibirlos, ya que es la época cuando no hay cultivos y no tienen trabajo.

“Algunos trabajamos como guías, mochileros y cocineros. Otros ponen sus puestecitos donde venden churros, galletas, fresco y artesanías y están los que alquilan sus casas. Aquí todos ganan y ese dinero nos sirve para sobrevivir un buen tiempo”, dijo Matías, un campesino de la zona.

Los últimos en salir del campamento son los que estudian a los murciélagos, quienes están hasta altas horas de la madrugada atrapando a estos especímenes para identificar cuántas especies hay en el Cusuco. Las actividades en el campamento nunca cesan.

tomado de: Diario La Prensa